El verano de 2009 hice un viaje de cooperación en Venezuela. Tenía 22 años, había ganado un concurso y decidí invertir el premio en esta experiencia.
Vivía en María Alejandra, barriada de Villa del Rosario, en el estado de Zulia, junto a la Sierra de Perijá (frontera con Colombia). Allí conocí al pueblo Wayú (también conocido como Guajiro). Y al pueblo Yukpa, al que visitábamos un día a la semana (había que viajar un par de horas para llegar a Tinacoa) y en el que solo dos personas hablaban nuestro idioma.
De los Yukpa y los Wayú aprendí muchas cosas. Y algunas de ellas impregnaron el álbum de Maya y la máquina de contar cuentos a pesar de que, en realidad, lo había elaborado pensando en otra población.
▫️Aprendí que los niños y las niñas no necesitan más que su propia imaginación para construir su juego, sus historias. De ahí que el pueblo Tupa no tenga juguetes.
▫️Aprendí que los espacios de encuentro son raíces que sostienen nuestros pasos y nos hacen crecer. Por eso Maya, Dido y el resto de los niños y las niñas del cuento tienen un lugar de reunión, bajo el gran árbol.
▫️Aprendí la importancia de la tradición oral, de la transmisión de la cultura y la lucha por erradicar tradiciones insalubres y que atentan contra los derechos humanos (de las niñas en este caso). Las palabras, para mí, siempre están por encima de las máquinas.
Por todo esto, una parte importante del pueblo indígena imaginado que aparece en ese rincón de la selva amazónica es mi recuerdo de aquel verano, de aquellas personas con las que compartí mi tiempo, mis sonrisas y mis lágrimas.
Ojalá, allá donde estén, sigan brillando más que las estrellas, esas que iluminaban las noches sin luz.
Ilustraciones: Zuriñe Aguirre
Fotografías: álbum personal
Magistral e impresionante.
ResponderEliminarMuchas gracias 🙏😊
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